Esa fue la frase que mucha gente dijo cuando los Bulls liderados por el ya conocido mundialmente Michael "Air" Jordan se hicieron con uno entre los tantos anillos de la NBA que ganó esta franquicia con ese bloque constituido por Air y Pippen.
En la cancha era el más temido. Nadie sabía la siguiente peripecia que haría Jordan, pero estaban seguros de que acabaría anotando. Esto es un ejemplo de lo que llamamos un acto de fe. Los aficionados acudían al ya retirado "Chicago Stadium" con una confianza ciega en su escolta; ese número 23, de 1'98 de altura y con un salto vertical que superaba el metro.
Ese era Jordan. Esa bestia a la que todos evitaban, ese jugador con el que cualquiera le gustaría jugar... y esa figura del aire que ya se ha convertido en todo un mito en el momento que en el concurso de mates de mediados o finales de los 80 (no recuerdo bien), machacó el aro saltando desde esa línea de 5,40; o lo que es lo mismo, desde el tiro libre.
Metía canastas imposibles, tiros rozando la perfección y parecía que en cada salto se mantuviera flotando en el aire....
...y sin embargo, lloró como un niño.
En resumidas cuentas, el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos. Ése fue y será siempre MJ.
Saludos
Etiquetas: Baloncesto
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